El otro día, mientras Ana miraba a través del cristal mojado de su ventana, no podía evitar echar la vista atrás.
Recordaba aquellos días, aquellos años. Esas sonrisas y esas miradas de complicidad, las confesiones mientras paseaban con el único fin de alejarse un poco del mundo... Y, después ese dolor y ese sabor amargo que solo una traición puede provocar.
Nadie sabe (quizá ni ella misma) qué le dolió más de todo aquello.
Quizá la traición en si misma.
O quizá el sentir que no significaba tanto para él como ella pensaba.
Incluso algunos afirman que lo que más pudo dolerle fue el mismo hecho de sentir dolor... el sentir que tenía una situación controlada y, de repente, ver como todo se derrumbaba bajo sus pies.
Es famosa esa frase que afirma que el tiempo lo cura todo... Y ahora Ana sonrie al recordar que ya no hay ningún dolor, que no queda ningún rencor. Le costo unas cuantas lágrimas, pero terminó por darse cuenta de que pueden más los buenos momentos...
Y hoy entre risas y copas, él la habla de espinas clavadas...
Y en el fondo ella se da cuenta de que ha olvidado, ha dejado atrás todo lo malo y ha conseguido perdonar.
Sin embargo, al mirarle a los ojos, se da cuenta de que él tiene algo clavado que nunca podrá sacar por completo, y supone que nunca podrá perdonarse el haber hecho daño a una de las personas que más quería...
Y mientras le da un trago a su copa y le sonrie, piensa que, a pesar de todo, ella siempre estará ahi. Que, aunque su relación hace tiempo que no es la misma, hará todo lo que esté en su mano para que vuelva a sus orígenes. Y que, a pesar del dolor pasado, luchará hasta conseguir sacar esa espinita que, el que fue uno de sus mejores amigos, tiene aún clavada...
